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23 marzo, 2016

Las humaredas en nuestra historia





LAS HUMAREDAS
Sergio Foghin-Pillin

Estamos a comienzos de la Semana Santa de 2016. El noreste de Caracas, así como el eje Guatire-Guarenas y otras comarcas del estado Miranda y de Venezuela, se ven envueltas en una espesa bruma, producida sobre todo por el humo de los incendios forestales que, tras largos meses de sequía, comienzan a hacer estragos en extensas áreas de sabanas y de bosques de la región caraqueña. El fenómeno de la bruma -o calina-, es recurrente durante la temporada seca anual, pero, como es natural, se incrementa en los años más secos, condiciones que generalmente van asociadas a la presencia del fenómeno conocido como El Niño, el cual, en esta oportunidad, se encuentra activo aproximadamente desde abril de 2015 hasta el presente, aunque por esta fecha presenta signos de extinción, según muestran las observaciones oceanográficas y meteorológicas.
La marcada estacionalidad pluviométrica, característica de gran parte del territorio venezolano, es conocida desde los tiempos coloniales, como lo evidencia el frecuente uso de los términos “invierno” y “verano” en las crónicas de la época. Por ejemplo, la expresión “si el verano es dilatado”, usada por Luis Alberto Crespo como título de uno de sus más conocidos poemarios, procede de aquellas crónicas.
El insigne naturalista Eduardo Röhl (1891-1959) en un artículo intitulado Los veranos ruinosos en Venezuela[1], refiere los principales episodios secos en la historia venezolana. En dicho trabajo se destaca, entre otras, la temporada de sequía extraordinaria del año 1869, también bajo control del fenómeno El Niño, activo durante el trienio 1867-1869. Aquel año, en la región de Caracas los incendios forestales fueron de tal magnitud que los estudiosos Agustín Aveledo y Manuel Landaeta Rosales lo designaron como “el año de la humareda”, según señala Röhl en el trabajo antes citado.
Ya en el siglo XX, otro evento El Niño estuvo activo durante el bienio 1925-1926, registrándose nuevamente extensas quemazones de vegetación en gran parte del territorio venezolano, con la consiguiente formación de brumas espesas, situación que describió detalladamente el observador hidrográfico del Orinoco, Ernesto Sifontes,  a la que denominó “la humareda”[2]. Es también de interés señalar que en dicha descripción de Sifontes figuran los elementos meteorológicos que, con la mayor probabilidad, sirvieron de base a Rómulo Gallegos para escribir el grandioso capítulo intitulado «Las humaredas», en la novela Cantaclaro, publicada en 1934.
Por lo que se refiere a los registros instrumentales de precipitación, la estación meteorológica de Caracas-Observatorio Cagigal presenta información desde 1891. En esta serie de datos, la más extensa disponible en Venezuela, se aprecian totales pluviométricos anuales consecutivos que pueden estar, durante dos o tres años, entre un 30 y un 50 por ciento, aproximadamente, por debajo del monto medio anual de dicha serie; en otras palabras,  se trata de períodos de varios años consecutivos con déficit de lluvias. Sequías plurianuales o, como diría el cronista colonial: “veranos dilatados”.
No debería causar extrañeza, entonces, que la región de Caracas experimente, una vez más, el flagelo de una sequía meteorológica severa y vuelvan también “las humaredas”. De lo antes expuesto se desprende, así mismo, que no pueden atribuirse las actuales condiciones meteorológicas al cambio climático global, al menos no hasta tanto se produzcan investigaciones científicas que así lo prueben.
En todo caso, la valiosa información que contienen las bases de datos climatológicos debería servir para reducir el impacto de las condiciones atmosféricas adversas sobre la población, a través del manejo adecuado de los recursos hídricos y de la planificación, a mediano y largo plazo, de su captación, conservación y uso, tanto para el consumo humano como para el riego y la generación de hidroelectricidad.

La Urbina, 22 de marzo de 2016



[1] RÖHL, E. (1948). Los veranos ruinosos en Venezuela. Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. 11(32): 427-447.

[2] SIFONTES, E. (1929). Venezuela meteorológica. Caracas: Empresa El Cojo.

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