Quintín Longa, salvavidas de Macuto.
Tejedor de atarrayas y de historias
(1911 - 1994)
El alargado y estrecho espacio
geográfico del estado Vargas se extiende entre la montaña y el mar, con
casi mil quinientos kilómetros cuadrados de territorio mayormente montañoso,
localizado en la región venezolana denominada Litoral Central. El mar Caribe,
sobre el cual el estado asoma cerca de 120 kilómetros de costas, y las
cumbreras de la serranía del Litoral, de abruptas vertientes norteñas por las
que se precipita la caldereta, limitan y definen la geografía de la entidad
federal que desde 1864, con múltiples variantes político-administrativas, honra
la memoria del ilustrísimo prócer civil José María Vargas. La montaña es una
presencia constante en el estado Vargas, desde la cima del Naiguatá, a 2.765
metros de elevación, hasta los peñascosos tramos costeros, donde se hunde
directamente en el mar.
Pero la montaña también está presente en los conos
y abanicos aluviales sobre los que se asientan los principales centros
poblados, así como en los pedregosos playones que bordean las pequeñas
ensenadas –Macuto es uno de los mejores ejemplos,- donde “a lo largo de la
playa resuena interminable el fragor del pedrusco arrastrado por la resaca”, en
palabras de Rómulo Gallegos. Porque los peñones, gravas y arenas que conforman
aquellas acumulaciones, fueron alguna vez arrancados de la montaña y
depositados a orilla del mar por torrentes como el Piedra Azul, el Osorio, El
Cojo, los Camurí -Chico y Grande-, el San Julián y otros, que bajan de las
alturas avileñas como mansos hilos de agua si sólo los alimenta el escurrimiento
de la selva nublada, o como descomunales corrientes de inmenso poder de
arrastre, cuando reciben en sus cabeceras precipitaciones de extraordinaria
magnitud, como las de febrero de 1951 y de diciembre de 1999.
Alguien podría hablar, entonces, también de un
tremendo poder destructivo, pero esta apreciación sería marcadamente
antropocéntrica y pasaría por alto flaquezas exclusivamente humanas, como la
ignorancia, la desmemoria y la irresponsabilidad. Quizá también la miseria. La
evolución cuaternaria del Litoral Central registró numerosos episodios de esta
última naturaleza: formidables crecientes cuyas huellas están depositadas en los
estratos milenarios que conforman una suerte de infolio geológico, cuyas
páginas no han terminado de estudiarse.
Del siglo XVIII, en cambio, parten las noticias
consignadas por la historia documental. Las crónicas coloniales refieren, para
esta región, eventos pluviométricos de extraordinaria magnitud en enero de
1742, diciembre de 1796 y mediados de febrero de 1798. Este último, comentado
por Humboldt y reseñado ampliamente por Eduardo Röhl, tuvo consecuencias
particularmente desastrosas en la ciudad portuaria de La Guaira. Probablemente
del mismo origen meteorológico, Röhl destacó también el episodio del 14 de
enero de 1914. Y formuló precisas recomendaciones para evitar similares
tragedias en el futuro. No se hablaba mucho entonces de frentes fríos y aún
menos de vaguadas.
En febrero de 1951, la entonces recientemente
fundada Sección de Pronóstico del Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea
Venezolana, con la firma de Antonio Goldbrunner presentó la situación
atmosférica que los días 15 y 16 generó lluvias intensas de larga duración, que
afectaron gravemente el Litoral Central. Numerosas vidas y propiedades se perdieron
entonces, pero el archivo municipal de Macuto fue puesto a salvo por un
destacado nadador, nacido en Naiguatá, que ejercía como salvavidas en aquel
balneario. Se llamaba Quintín Longa.
El frente frío y la vaguada volvieron a mediados de
diciembre de 1999, guardando un asombroso parecido en los mapas del tiempo, con
los fenómenos de 1951. Las lecciones de la Historia, de la Geología y de la
Meteorología no habían sido asimiladas. Las recomendaciones de los expertos no
habían sido escuchadas. Y las autoridades llamadas “competentes” tenían otras
prioridades por esos días. Las crecientes y sus efectos geomorfológicos, ahora
llamados “deslaves”, cobraron una vez más muchas vidas y propiedades. Quintín
se había ido cinco años antes y nadie pudo poner a salvo los recuerdos que
guardaba en su casita el legendario salvavidas de Macuto. Probablemente,
tampoco los archivos municipales.
Veinte años después, importantes preguntas, como
aquéllas referidas a los registros pluviométricos del evento meteorológico
extraordinario de diciembre de 1999, aún no han sido respondidas
satisfactoriamente. Quedó en el léxico popular la palabra
“vaguada”, repetida hasta su banalización, la cual pareciera repercutir en la
forma como se ha emprendido el proceso de reconstrucción de una geografía localizada entre la montaña y el mar.
La Urbina, 22 de diciembre de 2019
Sergio Foghin-Pillin
Centro de Estudios del Medio Físico Venezolano
Instituto Pedagógico de Caracas (UPEL-IPC)
(Fuente de la fotografía: http://ppr-aracamuni.blogspot.com/2017/05/el-salvavidas-de-macuto.html) |
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22 diciembre, 2019
Vargas, una geografía entre la montaña y el mar. A 20 años de la tragedia
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