Este
evento Jornada por los Valores Humanos y la Pluralidad Religiosa en
Venezuela se inscribe en la cátedra libre: “Cultura de Paz y
No-violencia”, la cual lleva adelante y forma parte del Proyecto de
Investigación cuya responsable es nuestra muy apreciada y amiga
Profesora
Esther Scandella.
Cuando
hablamos de la Cultura de Paz y No-violencia, posiblemente nos
estamos refiriendo a un ideal que pareciera ser tanto inalcanzable
como inevitable en su realización. De manera que la Paz y la
No-violencia constituyen actitudes que debemos siempre,
necesariamente, intentar como práctica de vida para no dañarnos o
dañar al prójimo, a los demás. Sin embargo, nuestra condición
intrínseca humana en muchas oportunidades impide u obstaculiza este
propósito. Así, por ejemplo, el designado como apetito irascible
por el autor de la alta escolástica medieval de occidente, Tomás de
Aquino, en los casos en que la energía de la ira no es bien
conducida por el hombre de manera virtuosa como una actitud
encaminada a reestablecer la justicia en la lucha en contra de la
injusticia, sino que es encausada por el ser humano de forma
desmedida o viciosa, entonces le hace propender a la ira destemplada,
sin control, a la violencia injustificada a los demás, a ponerse a
la defensiva cuando se siente amenazado por el otro (Pieper, J., Las
Virtudes Fundamentales,
1988). Ahora bien, aun cuando no nos sea posible extinguirlo de forma
completa y definitiva por cuanto constituye un elemento inherente a
nuestra propia naturaleza, sin embargo, este apetito podemos y
debemos domeñarlo para orientarlo hacia la virtud, a través de la
ascesis, es decir, por medio de la práctica o el ejercicio
continuado de un tipo de conducta guiada por principios que puedan
encaminarla a la adquisición de hábitos para la liberación del
espíritu de modo de alcanzar, con ello, un comportamiento virtuoso.
Otra
fuente de conflictos factible entre los seres humanos, se deriva no
solo de sus distintas y muy diversas visiones sobre el mundo sino,
además, a causa de la propia naturaleza contradictoria de la
realidad humana. Con razón ha expresado Pablo de Tarso lo siguiente:
“En
efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el
realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero” (Rom
7, 14-25). Otro reflejo de esta contradicción íntima, inherente al
ente humano fue señalada por el austríaco judío, escritor,
filósofo, sociólogo y teólogo israelí, Martín Buber, quien
reflexionando sobre el origen de las desavenencias con el otro, se
percató de que con mucha frecuencia estas provienen del hecho de no
decir lo que pensamos y tampoco hacer lo que decimos (Buber, M.,
Between
Man and Man,
2002). Es decir, como dirían los psicólogos, por nuestra
incongruencia. También, el filósofo existencialista y dramaturgo
francés, Jean Paul Sartre, partiendo del ego-cogito cartesiano o el
ser autoconsciente en su solipsismo monádico, asumido como un
fundamento absoluto y, en consecuencia, negador de cualquier forma de
trascendencia que pudiese ser más allá de lo estrictamente humano
natural psicofísico mostró, según él, la imposibilidad de una
relación concreta auténtica con el prójimo, por cuanto el ser
para-sí
de cada conciencia pretende de manera infructuosa convertir la
conciencia del otro en un en-sí,
es decir, en objeto, al tiempo que esta última pueda seguir siendo
conciencia para-sí,
esto
es, no perder su condición de ser un sujeto (Sartre, J.P., El
ser y la nada,
1989). Ello llevó a este autor a pensar que las relaciones
interpersonales están inexorablemente condenadas al desconcierto y
la frustración. Por lo tanto, debemos inferir que el fundamento
último y absoluto del ser humano en ningún caso podrá ser otro ser
humano. En consecuencia, el fundamento no puede tener la misma
naturaleza que lo fundado.
Ante
este desamparo y soledad existencial absoluta del hombre en la
inmensidad del universo surge la religión, es decir, la religación
del ser humano en su condición de finitud, ligado o unido a la
infinitud, a lo trascendente, a Dios. Ha pensado Georg Wilhelm
Friedrich Hegel
al
reflexionar sobre este tipo de relación dialéctica: lo finito solo
es concebible desde lo infinito y, viceversa, lo infinito solo puede
ser concebido desde lo finito (Hegel, G.W.F., Fenomenología
del Espíritu,
2010). A partir de este hecho, el ser humano es impelido al acto de
fe en lo trascendente, en lo Supremo, en la Divinidad. Pero no como
algo externo a él, sino como aquello de lo cual participa, del cual
forma parte. Pensando también en la relación entre la fe y la razón
ha expresado el filósofo español José Ortega y Gasset: desde
nuestras creencias, vivimos, existimos y estamos, en consecuencia,
estas difícilmente cambian, sin embargo, nuestras ideas solo las
tenemos y las pensamos por consiguiente, pueden cambiar en cualquier
momento, sin que ello implique en nosotros desequilibrio,
inestabilidad o vacío existencial (Ortega y Gasset, J., Ideas
y Creencias,
2005). De forma que, desde el punto de vista
antropológico-filosófico, el ser humano podría ser definido en su
esencialidad como res
credo in Deum
(cosa que cree o creyente en Dios) en lugar de la definición del
hombre ofrecida por el filósofo francés, René Descartes, cuando lo
definió como: res
cogitate
(cosa que piensa o reflexiona).
A
propósito del acto de fe en el hombre la filósofa húngara, Agnes
Heller, en su obra: “Una filosofía de la historia en fragmentos”,
ha expresado el pensamiento siguiente: “En
la tradición cristiana, la salvación no es solo aquello que llega a
suceder en el futuro intemporal, sino también aquello que llegó a
suceder a través del sufrimiento de Cristo. Tenemos necesidad de
salvación, aunque ya hemos sido salvados; necesitamos salvación
porque ya hemos sido salvados”.
(Heller, A., Una
Filosofía de la Historia en Fragmentos,
1999, p. 90). Es decir, que la salvación nos ha sido concedida por
la Gracia y el Amor de Dios pero, el que efectivamente nos salvemos,
no depende única y exclusivamente de Él, sino de que, además,
respondamos con fe a esa salvación gratuitamente donada. Aun cuando
la fe sea, a la vez, un don Divino, pero debemos tener fe para
pedirla y recibirla. En relación con esto, resulta pertinente traer
a colación el pasaje bíblico del ciego de Jericó:
…Un
ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír
que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que
pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: « ¡Jesús,
Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo
reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «
¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y mandó
que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: « ¿Qué
quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». Y Jesús
le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo
momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús (Lc 18,
35-43).
De
manera que solo con un auténtico acto de fe, abandonándose a Dios,
el ser humano se salva.
A
esta altura del discurso, nos podemos preguntar: ¿Es acaso posible
para el hombre una relación auténtica con Dios, dejando a un lado
la situación mundana y, con ello, a los otros seres humanos? La
respuesta dada por el previamente referido filósofo, Martín Buber,
es que eso no es posible por cuanto, según él, Dios solo puede
revelársenos en el diálogo auténtico con el otro ser humano, “Por
encima y por debajo están unidos entre sí. La palabra de una
persona que desea hablar con un ser humano sin hablar con Dios es
incompleta, pero la palabra de alguien que desea hablar con Dios sin
el hombre, sencillamente es inexistente"(Ibidem).
Es decir, que no es posible desear, anhelar a Dios sin practicar
ágape
al
prójimo: sin servicio, donación y entrega al otro. Pero tampoco
podemos amar al prójimo, sin amar a Dios.
Rafael
Key