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18 junio, 2015

Exitosa Jornada por los Valores Humanos y la Pluralidad Religiosa en Venezuela

Este evento Jornada por los Valores Humanos y la Pluralidad Religiosa en Venezuela se inscribe en la cátedra libre: “Cultura de Paz y No-violencia”, la cual lleva adelante y forma parte del Proyecto de Investigación cuya responsable es nuestra muy apreciada y amiga Profesora Esther Scandella.
Cuando hablamos de la Cultura de Paz y No-violencia, posiblemente nos estamos refiriendo a un ideal que pareciera ser tanto inalcanzable como inevitable en su realización. De manera que la Paz y la No-violencia constituyen actitudes que debemos siempre, necesariamente, intentar como práctica de vida para no dañarnos o dañar al prójimo, a los demás. Sin embargo, nuestra condición intrínseca humana en muchas oportunidades impide u obstaculiza este propósito. Así, por ejemplo, el designado como apetito irascible por el autor de la alta escolástica medieval de occidente, Tomás de Aquino, en los casos en que la energía de la ira no es bien conducida por el hombre de manera virtuosa como una actitud encaminada a reestablecer la justicia en la lucha en contra de la injusticia, sino que es encausada por el ser humano de forma desmedida o viciosa, entonces le hace propender a la ira destemplada, sin control, a la violencia injustificada a los demás, a ponerse a la defensiva cuando se siente amenazado por el otro (Pieper, J., Las Virtudes Fundamentales, 1988). Ahora bien, aun cuando no nos sea posible extinguirlo de forma completa y definitiva por cuanto constituye un elemento inherente a nuestra propia naturaleza, sin embargo, este apetito podemos y debemos domeñarlo para orientarlo hacia la virtud, a través de la ascesis, es decir, por medio de la práctica o el ejercicio continuado de un tipo de conducta guiada por principios que puedan encaminarla a la adquisición de hábitos para la liberación del espíritu de modo de alcanzar, con ello, un comportamiento virtuoso.
Otra fuente de conflictos factible entre los seres humanos, se deriva no solo de sus distintas y muy diversas visiones sobre el mundo sino, además, a causa de la propia naturaleza contradictoria de la realidad humana. Con razón ha expresado Pablo de Tarso lo siguiente: “En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7, 14-25). Otro reflejo de esta contradicción íntima, inherente al ente humano fue señalada por el austríaco judío, escritor, filósofo, sociólogo y teólogo israelí, Martín Buber, quien reflexionando sobre el origen de las desavenencias con el otro, se percató de que con mucha frecuencia estas provienen del hecho de no decir lo que pensamos y tampoco hacer lo que decimos (Buber, M., Between Man and Man, 2002). Es decir, como dirían los psicólogos, por nuestra incongruencia. También, el filósofo existencialista y dramaturgo francés, Jean Paul Sartre, partiendo del ego-cogito cartesiano o el ser autoconsciente en su solipsismo monádico, asumido como un fundamento absoluto y, en consecuencia, negador de cualquier forma de trascendencia que pudiese ser más allá de lo estrictamente humano natural psicofísico mostró, según él, la imposibilidad de una relación concreta auténtica con el prójimo, por cuanto el ser para-sí de cada conciencia pretende de manera infructuosa convertir la conciencia del otro en un en-sí, es decir, en objeto, al tiempo que esta última pueda seguir siendo conciencia para-sí, esto es, no perder su condición de ser un sujeto (Sartre, J.P., El ser y la nada, 1989). Ello llevó a este autor a pensar que las relaciones interpersonales están inexorablemente condenadas al desconcierto y la frustración. Por lo tanto, debemos inferir que el fundamento último y absoluto del ser humano en ningún caso podrá ser otro ser humano. En consecuencia, el fundamento no puede tener la misma naturaleza que lo fundado.
Ante este desamparo y soledad existencial absoluta del hombre en la inmensidad del universo surge la religión, es decir, la religación del ser humano en su condición de finitud, ligado o unido a la infinitud, a lo trascendente, a Dios. Ha pensado Georg Wilhelm Friedrich Hegel al reflexionar sobre este tipo de relación dialéctica: lo finito solo es concebible desde lo infinito y, viceversa, lo infinito solo puede ser concebido desde lo finito (Hegel, G.W.F., Fenomenología del Espíritu, 2010). A partir de este hecho, el ser humano es impelido al acto de fe en lo trascendente, en lo Supremo, en la Divinidad. Pero no como algo externo a él, sino como aquello de lo cual participa, del cual forma parte. Pensando también en la relación entre la fe y la razón ha expresado el filósofo español José Ortega y Gasset: desde nuestras creencias, vivimos, existimos y estamos, en consecuencia, estas difícilmente cambian, sin embargo, nuestras ideas solo las tenemos y las pensamos por consiguiente, pueden cambiar en cualquier momento, sin que ello implique en nosotros desequilibrio, inestabilidad o vacío existencial (Ortega y Gasset, J., Ideas y Creencias, 2005). De forma que, desde el punto de vista antropológico-filosófico, el ser humano podría ser definido en su esencialidad como res credo in Deum (cosa que cree o creyente en Dios) en lugar de la definición del hombre ofrecida por el filósofo francés, René Descartes, cuando lo definió como: res cogitate (cosa que piensa o reflexiona).
A propósito del acto de fe en el hombre la filósofa húngara, Agnes Heller, en su obra: “Una filosofía de la historia en fragmentos”, ha expresado el pensamiento siguiente: “En la tradición cristiana, la salvación no es solo aquello que llega a suceder en el futuro intemporal, sino también aquello que llegó a suceder a través del sufrimiento de Cristo. Tenemos necesidad de salvación, aunque ya hemos sido salvados; necesitamos salvación porque ya hemos sido salvados”. (Heller, A., Una Filosofía de la Historia en Fragmentos, 1999, p. 90). Es decir, que la salvación nos ha sido concedida por la Gracia y el Amor de Dios pero, el que efectivamente nos salvemos, no depende única y exclusivamente de Él, sino de que, además, respondamos con fe a esa salvación gratuitamente donada. Aun cuando la fe sea, a la vez, un don Divino, pero debemos tener fe para pedirla y recibirla. En relación con esto, resulta pertinente traer a colación el pasaje bíblico del ciego de Jericó:
Un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: « ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: « ¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús (Lc 18, 35-43).
De manera que solo con un auténtico acto de fe, abandonándose a Dios, el ser humano se salva.
A esta altura del discurso, nos podemos preguntar: ¿Es acaso posible para el hombre una relación auténtica con Dios, dejando a un lado la situación mundana y, con ello, a los otros seres humanos? La respuesta dada por el previamente referido filósofo, Martín Buber, es que eso no es posible por cuanto, según él, Dios solo puede revelársenos en el diálogo auténtico con el otro ser humano, “Por encima y por debajo están unidos entre sí. La palabra de una persona que desea hablar con un ser humano sin hablar con Dios es incompleta, pero la palabra de alguien que desea hablar con Dios sin el hombre, sencillamente es inexistente"(Ibidem). Es decir, que no es posible desear, anhelar a Dios sin practicar ágape al prójimo: sin servicio, donación y entrega al otro. Pero tampoco podemos amar al prójimo, sin amar a Dios.
Rafael Key

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