Por: Rafael Key
En las líneas que a continuación les presento me permito humildemente compartir algunas breves reflexiones que no pretenden ser más que un ángulo de mira subjetivo y una mera perspectiva acerca del tema que intentaré tratar en torno a lo que podría ser denominado, sin riesgo de incurrir en equívocos, como una ética de los géneros, no considerándome un ducho ni mucho menos experto en esta materia.
A mi modo de ver las cosas, la humanidad en su búsqueda continuada e incesante de su verdad y la verdad, se ha caracterizado por asumir, siempre, a lo largo de su historia posiciones originariamente extremas, parciales, polarizadas y, por ello, no necesariamente verdaderas en materia cultural, económica, ideológica-política, religiosa, étnica, racial y de géneros. Estas posiciones han generado en contraposición y de una manera dialéctica, posturas antagónicas que son igualmente extremas, parciales y polarizadas.
Para ilustrar este fenómeno social, doy un ejemplo dentro del marco religioso entre muchos otros que a ese respecto podrían ofrecerse. Fue el caso, que de no ser por el denominado Concilio de Jerusalén liderado por el apóstol San Pedro, allá por el siglo I de la era cristiana, habría acaecido un primer cisma en la Iglesia Católica primitiva, como consecuencia de las diferencias culturales entre los cristianos-hebreos y los llamados gentiles (griegos) conversos al cristianismo por la evangelización paulina; debido a que estos últimos no eran circuncisos como sí lo eran los primeros; por citar tan solo uno de los aspectos de divergencia cultural entre ambos grupos sociales. Esta actitud religiosa, propensa a asociar una religión a una cultura dada, absolutizándola y considerándola superior a cualquier otra, implicó en el ámbito específicamente cultural una postura extrema, parcial y polarizada que atentó, sin éxito, contra la unidad de los cristianos hebreos y gentiles, de aquel entonces.
En este contexto, quiero ahora enfocarme de manera específica a mi reflexión acerca de la diferencia entre los géneros femenino y masculino y el feminismo. A mi juicio, también en este ámbito se han suscitado en algunos casos, manifestaciones feministas con una actitud como la que señalé en la característica referida con anterioridad, de acuerdo a la cual se pasa a tener ante el tema posturas extremas, parciales y polarizadas, las cuales impiden y pueden ser un obstáculo en el análisis que conduzca a una visión más válida sobre esta cuestión.
Ahora bien, sin duda alguna, la gran diversidad de movimientos feministas que han existido y existen actualmente, han sido fruto y tienen su origen y completa justificación en las muy ciertas injusticias socialmente estructuradas durante siglos. De manera típica, la segregación y desigualdad de la mujer ante el varón en lo referente a los derechos civiles, legales y políticos, laborales-económicos, culturales y sexuales; al igual que la fijación de roles sociales con rigidez preestablecida por la sociedad tanto en la mujer como en el hombre. Sin embargo, como reacción ante estos hechos objetivos se han generado algunas formas de feminismo extremas, parciales y polarizadas, que consideran ahora a la mujer en un plano superior al hombre, las cuales se han fundamentado en la misandria, considerando de ese modo elementos vinculados a una presunta visión del mundo, una cosmovisión, unos criterios e ideología específicamente femenina, como los que deben prevalecer y regir en general la vida humana, si es que es posible concebir de manera legítima una especificidad de elementos de este tipo asociados exclusivamente a la feminidad. A mi entender, este tipo de tendencias feministas adolecen del mismo mal que su acérrimo enemigo, el machismo, solo que de signo contrario. Afín a estas formas, se encuentran también aquellas otras propensas a victimizar a la mujer. Manifestaciones concretas de este último tipo creo que pueden ser observadas en la creación de entidades oficiales inspiradas en la cultura de la violación y, también, de una manera más soterrada, en los casos en que de manera artificiosa se procede a discriminar géneros femenino y masculino en palabras que son del género neutro, según la Real Academia de La Lengua Española (R.A.E.).
Ante estas formas de feminismo extremo, parcial y polarizado, existe en la actualidad una tendencia distinta de feminismo, a mi juicio, más equilibrada y válida, hacia la cual las primeras podrían transitar dialécticamente. Esta propugna la igualdad de derechos y dignidad como género humano entre el hombre y la mujer. Considero que esta tendencia feminista resuelve, de una vez por todas, el antagonismo entre ambos géneros, a favor de una postura conciliatoria. Más aún, por mi parte me atrevería a suprimirle la etiqueta de feminismo y llamarle, en cambio, ‘humanismo evolucionado’.
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